El Museo de Bellas Artes de Bilbao con el patrocinio de BBK presenta Zuloaga 1870–1945, la primera gran exposición retrospectiva dedicada al pintor vasco Ignacio Zuloaga (Eibar, Gipuzkoa, 1870–Madrid, 1945), uno de los artistas más importantes del panorama artístico de principios del siglo XX y referente absoluto de la pintura figurativa mundial.
Su éxito incontestable en los principales escenarios artísticos internacionales provocó que sus composiciones más emblemáticas terminaran diseminadas por todo el mundo. Tras casi un siglo, y después de años de búsqueda e investigación, muchas de ellas vuelven a reunirse por primera vez en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Se trata de una oportunidad única y extraordinaria para comprender la envergadura y trascendencia de la obra del artista vasco.
Zuloaga en el Museo de Bellas Artes de Bilbao
Compuesta por 95 obras y articulada en 15 ámbitos, la exposición Zuloaga 1870–1945 es la primera gran exposición antológica organizada sobre el conjunto de la trayectoria del pintor. Compartimentada en tres grandes periodos biográficos, la selección arranca con un nutrido, y apenas conocido, grupo de obras de juventud que Zuloaga pintó en París en la década de 1890.
Un momento en el que se evidencian las influencias derivadas del naturalismo, el impresionismo y el simbolismo francés, y en el que temáticamente se interesó por un realismo de corte social que dio como resultado unas obras de paleta fría y atmósfera poética protagonizadas por figuras anónimas procedentes de los suburbios parisinos.
Asimismo, comenzó su trayectoria como retratista, género en el que Zuloaga terminará convirtiéndose en un auténtico maestro. En estos primeros retratos se reconoce una clara estética simbolista, así como la influencia concreta de pintores como Eugène Carrière o James Whistler.
Exposición de Zuloaga en Bilbao
Después de este primer periodo de tanteos y experimentaciones, en 1898, tras una estancia en Sevilla que le había llevado a replantear su obra y alejarla de la influencia y el cosmopolitismo parisino, Zuloaga descubrió Segovia. Una región que desde el primer momento se le reveló como un universo de inspiración creativa de tipos y escenarios absolutamente genuinos. A partir de este momento, su pintura se apoderó de la arcaica identidad castellana, y mediante una particular fórmula estética que se valía del naturalismo y del simbolismo, y que hundía sus raíces en la cultura rural y en la tradición artística española, inauguró una nueva manera de entender la figuración en el arte europeo. Una genialidad que ha provocado que su obra escape de cualquier clasificación convencional, impidiendo adscribirla a una determinada escuela o movimiento concreto.
Gracias a numerosos préstamos inéditos se ha podido reconstruir con esplendor todo el amplio espectro temático que significó al autor y con el que consiguió fascinar a la crítica y al público internacional. Un rotundo éxito que generó una trascendencia inmediata, provocando una extendida moda por emular y servirse de los motivos y recursos estéticos utilizados por el pintor vasco. En este ámbito clave de la exposición, que biográficamente se extiende hasta 1924, destacan las escenas ambientadas en el inhóspito medio rural de Segovia, su codificación pictórica de la prostitución urbana y rural, su particular acercamiento al humilde mundo taurino sevillano o la captación de las históricas y aldeanas costumbres religiosas de Castilla y La Rioja. Unas obras que fascinaron al público internacional, que las adquirió ávidamente pero que, sin embargo, le costaron duras críticas en España y la acusación de hurgar en la crisis nacional surgida tras la pérdida de las últimas colonias en 1898. Paralelamente, junto a estas singulares composiciones, la exposición dedica una especial atención a su labor como retratista, género en el que, mediante elegantes y distinguidas obras, se terminó consagrando como digno sucesor de pintores como Giovanni Boldini, James Whistler y John Singer Sargent.
El recorrido de la exposición se corona con una obra de madurez íntima y luminosa. Una época marcada por las circunstancias sociopolíticas que afectará directamente a su arte. Desde la redefinición del panorama artístico europeo hacia la tradición figurativa del «regreso al orden» hasta la proclamación de la Segunda República y el estallido de la Guerra Civil, Zuloaga vivió estos acontecimientos en primera línea, viendo como, en gran medida, afectaron directamente a su vida y a su obra.
Al igual que su periodo de juventud, éste se conforma con obras desconocidas pero, en su caso, tienen la particularidad de estar resueltas con una paleta más cara y mayor precisión en el detalle.
A las obras maestras del pintor conservadas en el museo de Bilbao, como El cardenal (1912) o el Retrato de la condesa Mathieu de Noailles (1913), se suman préstamos de particulares e instituciones tanto americanas –Hispanic Society of America, Santa Barbara Museum of Art, St. Louis Art Museum, Misuri, Detroit Athletic Club o Museo Franz Mayer de México– como europeas, –Hermitage Museum de Moscú, Musée d’Orsay de París, Galleria Internazionale d’Arte Moderna di Ca’Pesaro de Venecia, Museum Belvedere de Viena o las universidades de Cambridge y Oxford–. Dentro del ámbito nacional destacan el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid o el Museu Nacional d’Art de Catalunya.
El comisariado conjunto de Javier Novo González, jefe del Departamento de Colecciones del museo, y Mikel Lertxundi Galiana, historiador del arte, investigador y comisario de arte independiente, ha fundamentado esta gran muestra retrospectiva.
Obras de Zuloaga en el Museo de Bellas Artes de Bilbao
1.- París
La apuesta de Zuloaga por la pintura naturalista se reveló a los pocos meses de su llegada a París. Su deseo de representar la vida humilde de la ciudad llevó a barrenderos, vagabundos y prostitutas a protagonizar casi en exclusiva su primera producción. Pintó entonces Montmartre de forma preferente, con figuras solitarias y ensimismadas, en obras en las que se evidencia el interés por la captación atmosférica, la coincidencia de armonías frías y la repetición de esquemas compositivos y de modelos. Uno de ellos, un mismo vagabundo, ilustra la diversidad de tanteos que caracterizó estos años al trazar la evolución entre la mirada naturalista y el simbolismo de raíz sintetista.
2.- Retratos de juventud
Pese a que el género le disgustaba, las excepcionales condiciones para el retrato de Zuloaga se manifiestan desde muy temprano. Esta selección de piezas contribuye a desvelar su evolución temprana desde distintas perspectivas. Al manifiesto itinerario plástico entre los ascendientes impresionistas y simbolistas, se incorpora la enumeración de aquellos centros que fueron referenciales en su juventud (Eibar, Bilbao, París, Londres y Sevilla), y un conjunto de vínculos determinantes en su crecimiento. Familiares, amistades, protectores, críticos, artistas y coleccionistas arroparon al pintor durante este periodo de autodefinición que le llevó a transitar por diversas maneras asimiladas en París.
3.- Sevilla
Zuloaga residió en Sevilla, con intermitencias, entre 1894 y 1904. Llegó implicado en el proceso de arraigar su pintura en la tradición yendo a la esencia de lo que en el extranjero se entendía por español, para lo que se centró en un exotismo muy del agrado del gusto francés que se debatía entre las influencias de Velázquez, Goya y Whistler. La confusión sobre el verdadero significado de los temas o la melancolía de las figuras vinculan varios de sus cuadros al simbolismo, por su intención de presentar un espacio emocional frente a una realidad tangible. Igualmente, ejecutó entonces la primera gran obra en la que se concretó la herencia goyesca, Víspera de los toros, que marcó el comienzo de su éxito internacional.
4.- Segovia
La determinación de Zuloaga por continuar la senda de la tradición pictórica española cobró todo su sentido con el descubrimiento de Segovia en 1898. La hondura de los temas allí revelados enlazó a la perfección con unos procedimientos en los que llevaba un tiempo inmerso, y que le sirvieron para mudar el acercamiento pintoresco a España por otro que desnudaba sus componentes atávicos, místicos y dramáticos. Los personajes resecos, forjados por la dureza del medio que habitan, inician su percepción de un pueblo arcaico que permanece aferrado al pasado, en la que ahondó a partir de entonces con obras que progresivamente cobraron mayor intensidad en su visión descarnada.
5.- La perdición urbana
El mundo del comercio carnal es uno de los temas centrales de su producción. La sutileza de los códigos que permitían una inmediata identificación ha motivado que los asuntos de prostitución urbana hayan sido interpretados como paseos o almuerzos de damas elegantes en parques de la ciudad. Las grisettes o costureras (entonces sinónimo de cortesanas), la veterana alcahueta, los trajes de color rojo (asociado al oficio en el medio naturalista) y la expresión alucinada de una de las modelos (causada por la ingesta de ajenjo) permiten descifrar el verdadero argumento. Por otra parte, estas tres obras son excepcionales ejemplos de la influencia que Manet tuvo en Zuloaga durante los años iniciales del siglo.
6.- La calle de las pasiones
Algunas de las escenas ambientadas en España se rigen también por la codificación francesa para los temas de la vida licenciosa, y en ellas se mezcla lo ambiguo y teatral con lo explícito. Otras, en cambio, tienen una delicada vinculación con el mundo de la prostitución, aunque exploran igualmente el repertorio del deseo y la sugestión a través de estimulantes miradas y sonrisas que abandonan el plano pictórico para interpelar o cautivar al espectador. Este catálogo de equívocas sugerencias se torna manifiesto en las obras que se alejan del pintoresquismo para incidir en una mayor hondura. Toda aquella engañosa alegría de la seducción se diluye en la intimidad de la cortesana para presentar el envés sórdido y patético de su profesión.
7.- Intérprete de lo humilde
En su aproximación a España, Zuloaga evitó el medio urbano para centrarse en el amplio repertorio que le ofrecía el entorno rural. La rudeza de sus pobladores y la religiosidad fueron asuntos recurrentes, a los que en ocasiones incorporó la expresión de sus modos de diversión y de sus anhelos. Así, los almuerzos de concentrados aldeanos vascos, deudores de esquemas velazqueños, y las facetas insólitas del mundo taurino enriquecieron igualmente su universo temático. Entre estas últimas, no exentas de cierta ironía, se encuentran los testimonios de la vanidad que revela el acicalado de dos jóvenes muchachas y la arrogancia del torero novel deseoso de triunfos.
8.- Mis primas
Los retratos de sus primas constituyen casi un género autónomo en la obra de Zuloaga, puesto al servicio de la recreación del arquetipo de seductora mujer española. Cándida, Esperanza y Teodora, hijas del ceramista Daniel Zuloaga, se integraron en la vida y la producción de su primo desde su primera llegada a Segovia en 1898, y entre 1906 y 1914 encarnaron un exotismo de evocación goyesca en cerca de una cuarentena de piezas. El pintor focalizó gran parte del interés en la expresividad de la boca y los ojos («ojos brillantes de promesas y malicias», que diría un crítico francés), aunque para evitar la reiteración introdujo diversas variantes en el vestuario, los complementos y la composición.
9.- Paisajes
Los paisajes que en muchas de sus obras acompañan a las figuras fueron claves para incidir sobre un mismo relato simbólico, pero su creciente relevancia le llevó a concebirlos de forma independiente en más de medio centenar de piezas a partir de 1909. La inicial composición mediante horizontes bajos dio paso al protagonismo de emblemáticas edificaciones en poblaciones detenidas en el tiempo y a las amplias panorámicas de campos castellanos, navarros y riojanos. Su procedimiento consistía en fotografiar los motivos del natural para reinterpretarlos posteriormente en su estudio durante las pausas que le permitían abstraerse de la agotadora ejecución de los retratos.
10.- La escuela española
El fundamento en la tradición pictórica española fue el sello que distinguió a Zuloaga en el París de entre siglos, caracterizado por la multiplicidad de propuestas estéticas. Su temprana lucidez para advertir en aquella herencia la raíz común a muchos de los postulados de la modernidad le hizo estimar la obra de El Greco, Velázquez, Ribera y Goya, en la que halló una concisión, sobriedad y energía que armonizaban con su propio temperamento. Además de rehuir la visión sensiblera y grotesca de los personajes marginados, encontró en ellos la inspiración para algunos de sus temas y esquemas compositivos, como es el caso de su interpretación de la honda religiosidad de una España aldeana y atemporal.
11.- Retratos masculinos
A partir de 1907, asentado en el éxito internacional y gracias a su virtuosismo técnico y especial talento compositivo, Zuloaga convirtió la ejecución de retratos en una de sus principales fuentes de ingresos. Su capacidad para reproducir fielmente la fisonomía y psicología de los personajes lo situaron entre los principales representantes del género en las primeras décadas del siglo XX. Dos fueron los esquemas compositivos empleados por él, que permanecieron inalterables durante su carrera: situar a la figura frente a un paisaje, en ocasiones revelador de diversos aspectos de su personalidad, como en el retrato del hispanista Maurice Barrès, o hacerlo en espacios interiores, generalmente abstractos, resueltos mediante fondos de color neutro. Ambas tipologías comparten la presentación del personaje mediante focos de luz de intensa teatralidad.
12. Retratos femeninos
Las tipologías son idénticas a las adoptadas en los retratos masculinos, aunque Zuloaga puso un especial énfasis en determinados aspectos de su configuración y composición. Destaca, por una parte, el particular cuidado con el que plasmó la moda, tanto la ropa como los complementos, y los valores táctiles de los tejidos. Por otra, la adopción de soluciones de comunicación con el espectador que ya había explorado en sus cuadros de gitanas y de sus primas, y que inciden en la relevancia de las miradas y las sonrisas. En muchos casos, el pintor eligió a las modelos por su atractivo y por una cierta sintonía personal, que determinó que aparezcan representadas como mujeres resueltas y enérgicas, con una personalidad definida que supera la mera transcripción de su fisonomía, como en el soberbio retrato de la poetisa Mathieu de Noailles.
13.- Retratos de madurez
La producción de los años finales de Zuloaga estuvo caracterizada principalmente por los retratos y los paisajes, dos géneros nucleares en su obra desde mediados de la década de 1910, y que coparon de forma casi exclusiva su actividad a partir de 1925. Se entregó entonces a la ejecución de una galería de personajes ilustres de la cultura española contemporánea (Pérez de Ayala, Falla, Ortega y Gasset), en su mayoría amigos con los que compartía una visión análoga del país, presentados mediante poses sedentes y frente a un fondo neutro o un expresivo paisaje. Durante este periodo culminó Retrato de la familia del pintor, un cuadro de meditada y lenta elaboración, que evidencia la trascendencia de la inspiración velazqueña en una composición deudora de Las meninas.
14.- Última época
Tras el estallido de la Guerra Civil, Zuloaga fue incorporado a la estrategia propagandística del bando franquista, que aprovechó su prestigio y difundió su obra en exposiciones en Venecia (1938), Londres (1939), Bilbao (1939), Madrid (1941) y Barcelona (1942). Durante la contienda realizó los retratos de sus amigos Julio Beobide y Jose María Huarte, historiador navarro reconvertido en comandante del Ejército Nacional, y tras ella, los de otras relevantes figuras de la sociedad y la cultura del momento. A partir de la década de 1940 se interesó por las naturalezas muertas, que pintó en un estilo sobrio, como fruto de su paulatino alejamiento de la escena pública.
15.- Un estilo renovado
A pesar de que su fama estaba consolidada internacionalmente, Zuloaga intentó renovar su estilo inducido por la coyuntura artística de entreguerras. En varios de sus retratos, paisajes y temas costumbristas de los años treinta y cuarenta se evidencia un novedoso tratamiento cromático basado en el predominio de luminosos violetas y azules armonizados con blancos, así como en el empleo de una pincelada desenvuelta que mezcla los pigmentos en fresco. Uno de estos paisajes de comienzos de los treinta, concretamente una vista de Toledo, fue adaptado por el propio Zuloaga en 1938 con fines propagandísticos. Al añadirle los efectos de la explosión del Alcázar contribuyó plásticamente a la construcción de uno de los símbolos del franquismo.
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